
Cuando tu alma es un capullo presta oido al bullicio mundanal; cuando responde a la rugiente voz de la Gran ilusión;
cuando temerosa a la vista de las ardientes lágrimas de dolor, y ensordecida por los gritos de la desolación, se refugia tu alma, a manera de cautelosa tortuga, dentro del caparazón de la personalidad, sabe que tu alma es altar indigno de su Dios silencioso.